Mirando al sur (IV)
Son
las cinco de la tarde de últimos de febrero. Me encuentro en plena sabana
africana. El intenso calor ha erosionado mis energías. Bastante amodorrado,
después de pasar las horas del día algo ajetreado, en lugar de tumbarme en la cama,
como me lo pide mi cuerpo, he preferido dirigir mi pensamiento hacia los de mi
pueblo. ¿Y qué mejor que mandar una crónica donde cuente cosas que les sean a
la vez útiles y novedosas? Pues me pareció una decisión muy juiciosa. Y será un
complemento a mis tres artículos anteriores. Que todos mis potenciales lectores
saquen algún provecho. Se lo deseo desde estos lugares recónditos donde un
vecino de su pueblo hace lo que puede para que esta gente viva mejor. Empiezo
pues.
Mirar al sur
es lo que hacemos algunos de los que estamos en estas tierras del oeste
africano donde nos damos cita diaria con el sufrimiento y la necesidad.
Sufrimiento de todo tipo por falta de agua, de higiene y de alimentos. Tal es
el caso de una mujer relativamente joven que perdió su marido, víctima del
Sida. Ella misma es seropositiva y vive gracias a la
intervención casi diaria de la fundadora de una asociación, denominada ¨Vivir en la Esperanza¨ que acoge
o hace el seguimiento de dos centenares de jóvenes que luchan por sobrevivir o
se defienden de los ataques del VIH. Estuve ayer con ella y, a lo que ya tiene,
se le ha añadido una inflamación de ojos cuya curación no está prevista para
mañana. Visto la falta de medios sanitarios en esta ciudad de Dapaong no ve otra salida que viajar al sur, a Lomé donde
puede que encuentre remedio, pero ¿a qué precio? Ella misma no supo qué decirme
al respecto. Buscará alojamiento en casa de una prima y tiene intención de ir
al edén de algún hospital para ricos. El resto lo p
Tal
es el caso, también, de un taxista, casado, con mujer y tres hijos. Tiene que
entregar diariamente al dueño del taxi 5000 francos (unos 8 euros) y que los
junte o no con su trabajo puede que salga ganando alguna vez. Todo dependerá
del número de carreras y de las distancias que recorra. Cuantas más horas eche,
más probabilidades tiene de acumular los 5000 francos que le penden como una
soga al cuello, porque aquí esa cantidad es mucho dinero (un profesor puede que
gane sólo tres veces más). Su mujer ayuda algo, mientras los niños están en la
escuela, elaborando y vendiendo una bebida similar a la cerveza. Los dos van
tirando. Gracias a su esfuerzo consiguen cubrir gastos, comer lo justo y caer
lo menos posible, enfermos en cuyo caso tienen que pagar consulta y
medicamentos. Total que me dio pena y le dije que le echaría una mano. Y,
además, lo hice de inmediato. Necesitaba alquilar un coche para ir a visitar un
pozo que estamos haciendo a unos
Queridos
amigos de Santibáñez, tomad nota de casos como estos. Los que estamos bien
porque tenemos de todo, debemos prestar ayuda a esta gente humilde que llama a
la puerta de nuestro corazón para, por lo menos, mirarles y darles ánimos. En
esta mi cuarta intervención para la página web de
nuestro pueblo, sólo he querido relatar dos casos bien concretos. Más adelante
habrá tiempo para otros relatos. Mi más afectuoso saludo a todos desde el norte
de Togo donde poquísima tarta del presupuesto nacional puede ser repartida y
donde la miseria se junta con el hambre y juntos hacen que la esperanza de vida
en esta zona de sabana ronde tan sólo los cuarenta años. Parece ser que los que
más quieren son los que más tienen. Quizás la felicidad sea la sola recompensa
de los que menos reclaman. Hasta otra.
Servando
Pan